Aprender a pensar para tomar decisiones

No cabe duda que la toma decisiones es una aptitud de importancia mayúscula para un militar e imprescindible mientras más alto es el cargo, dado el impacto que tiene en otras personas. Por esta razón, el modelo de liderazgo del Ejército la considera como una de las competencias personales que debe “aprender” todo integrante de la Institución.

Así mismo, reflexionando sobre el proceso de aprendizaje, se puede establecer que inicialmente se da espontáneamente para sobrevivir y establecer relaciones con el medio, y posteriormente, de forma pedagógica para enfrentar un ambiente más complejo que primero es definido por otras personas, y después, lo establecemos al decidir donde queremos llegar. Ambos, tienen en común un propósito que motiva el deseo por aprender y la necesidad de tomar decisiones de forma permanente.

Ahora bien, entendiendo la importancia del aprendizaje para la toma de decisiones, también es posible establecer que si este es deficiente, el resultado de una decisión basada dicho aprendizaje también será deficiente. He aquí la relevancia del aprendizaje para cada individuo y para la Institución ya que la calidad de la toma de decisiones está directamente vinculada con la calidad del aprendizaje de quienes tomaron la decisión. Pero ¿Qué vincula al aprendizaje con la toma de decisiones?

La respuesta es simple; el “acto de pensar”, que es el principal elemento de estudio de las ciencias cognitivas. Según la RAE, pensar significa: “1. Formar o combinar ideas o juicios en la mente y 2. Examinar algo con atención para formar un juicio”. Ambas definiciones coinciden en el concepto de “juicio”, que no es otra cosa que una opinión respecto a algo. Por eso es pertinente recordar lo que establece nuestra doctrina en el proceso de las operaciones, relacionado con los tres tipos de información que existen para aportar a la solución de un problema:

  1. Hecho: parte comprobables de la información.
  2. Presunción: información aceptada como verdadera en ausencia de hechos y que debe ser comprobada.
  3. Opinión: juicio personal que manifiesta un individuo.

El mismo reglamento establece que una solución propuesta a un problema es tan buena, como la información que forma la base de la solución. En este sentido, siendo la opinión el tipo de información que presenta menos solidez y la que nace directamente de nuestro proceso de pensamiento, también es el tipo de información que se debe evaluar, cuestionar y considerar con más detención por su potencial fiabilidad, lo que no significa descartarlas de inmediato ya que de ellas nacen ideas creativas y “fuera de la caja”.

De esta forma, es posible afirmar que el problema no solo se da en el proceso de aprendizaje, también cuando debemos pensar para tomar una decisión. Es así como en el proceso de pensar, distintos elementos confluyen para que nuestro cerebro no lo haga adecuadamente y nuestra toma de decisiones se vea afectada: sesgos, heurísticas, prejuicios, paradigmas, falacias cognitivas, distorsiones de percepción entre muchas otras situaciones han sido profusamente estudiadas para conformar lo que Rolf Dobelli llama El arte de pensar claramente”, y que permite tomar conciencia sobre la importancia de “pensar sobre como pensamos”. Algunas ideas de ello, se encuentran en el Capítulo I del Reglamento Proceso de las Operaciones cuando se habla sobre “Pensamiento Crítico”.

Así mismo, la investigación del sicólogo Daniel Kahneman[1] es muy reveladora, ya que determina que el cerebro humano, en el proceso de toma de decisiones, opera basado en dos sistemas denominados “Sistema 1” y “Sistema 2.” El sistema 1 actúa instantánea e inconscientemente, es influenciado por las emociones, utiliza heurísticas y no genera ningún esfuerzo ni mayor gasto de energía. Por ejemplo, cuando sumamos 2 + 2 y sin realizar la operación matemática rápidamente respondemos 4, o cuando nos damos cuenta que hemos manejamos un vehículo por instinto y no consciente del acto de conducir. Por otra parte, el sistema 2 es activado en forma consciente, deliberada y se orienta al razonamiento, se utiliza para resolver problemas complejos que requieren una mayor capacidad cerebral y cognitiva. Sin embargo, es más lento y requiere de mucho más esfuerzo y energía. Por ejemplo, cuando tenemos que resolver un problema matemático complicado o cuando intentan entender el texto que están leyendo.

En resumen, en el proceso de interpretar la realidad un tomador de decisiones se basará en información y es ahí donde tenemos el primer problema ya que nunca sabremos con claridad si es completamente fiable. También, nuestras observaciones pueden verse afectadas por distorsiones en la percepción, el cual es un tema en sí y no será abordado por este trabajo. Solo cabe recordar la utilización del efecto óptico fatamorgana[2] en las guerras Árabe – Israelíes.

Posteriormente en nuestro proceso de pensar, el sistema 1 utiliza heurísticas o atajos para reducir la complejidad del evento, lo que conlleva el riesgo de verse afectado por sesgos cognitivos o errores inconscientes. Así mismo, si utilizamos conscientemente el sistema 2, nuestros paradigmas, prejuicios, sesgos y falacias cognitivas son elementos que influenciarán nuestra toma de decisiones. Finalmente, la decisión fue tomada con la información disponible sin considerar múltiples variables por “no saber lo que no sabemos”. Como dice Helga Drummond “En la teoría, la información mantiene a los tomadores de decisiones en contacto con la realidad. En la práctica, puede tener el efecto contrario”.

En consecuencia, mientras más conscientes seamos respecto como funcionan nuestros procesos de aprendizaje, sobre las numerosas variables que influyen en nuestro acto de pensar y la consecuente fragilidad en la calidad de nuestra toma de decisiones, podremos llegar a ser mejores comandantes. Solo debemos reaprender a aprender, para pensar mejor y tomar mejores decisiones. Tremendo desafío que les dejo para que lo aborden el 2020 y del que publicaremos durante el año.

[1] KAHNEMAN, Daniel (2013). Pensar rápido, pensar despacio. Random House, EEUU.

[2] Fatamorgana o Fata Morgana es una  ilusión óptica que se debe a una inversión de temperatura donde objetos que se encuentran en el horizonte adquieren una apariencia alargada y elevada, común en zonas desérticas.