Un abrir y cerrar de ojos

Eran las 0625 de la mañana. Aun cansado luego de una larga noche llena de emociones y ansiedad por lo que se venía horas más tarde. Era un día especial. Había pasado más de un mes desde que mi vida cambió para siempre. Era el inicio de una de las últimas mañanas de verano y allí estábamos un montón de jóvenes donde sólo algunos ya habían alcanzado la mayoría de edad. Todos formados, en silencio, atentos. Bueno, todos atentos menos yo que medio dormido o hipnotizado comencé a fijarme en detalles en los que nunca había reparado.

El patio estaba rodeado de banderas chilenas. El aire frío se mezclaba con una que otra ráfaga tibia. Se sentía el trinar de algunos pájaros, exceptuando extrañamente el de los queltehues, moradores eternos del pasto que rodea el farol principal, que no habían lanzado su grito característico. Al fondo se ve la cordillera, con poca nieve y una cima que en esa época no sabía correspondía a la cumbre del cerro “El Plomo”.

Una voz seca y decidida que grita ¡Alto! me hizo pestañar y salir de mi trance. Veo a un oficial de otra compañía cruzar el patio presuroso y presentarse seguro y enérgico ante quien debía ser un oficial jefe de la Escuela y que se asomaba a la altura del Aula Magna… Luego de ordenar “continuar”, giramos a la derecha y comenzamos a marchar rumbo a los comedores. Ahora mi mente reflexionaba sobre lo que había vivido en las últimas cuatro semanas. Aún no había cumplido dieciséis años, había llorado de pena por estar lejos de mi familia y de las comodidades que hasta entonces no sabía que tenía. También había sentido temor, hambre, fatiga, dolor y mis codos aun no sanaban de su constante visita al concreto caliente que rodea las instalaciones de la Escuela.

También me sentía en un lugar ajeno, tosco, difícil, alto, un lugar hostil. Había sufrido el rigor propio de quien da sus primeros pasos en la vida militar, cuyo reto no lo marca necesariamente el entrenamiento propiamente tal, sino abandonar la tibieza del hogar. A pesar de todo esto, sabía que estaba donde tenía que estar. Algo se sentía muy bien detrás de todo el sufrimiento. En aquellos años no sabía lo que era. Hoy creo saberlo: a corta edad comenzaba a descubrir mi vocación de soldado.

Aquel mismo día jueves 16 de marzo a mediados de los noventa, con el ocaso de las ocho de la tarde, entré junto a mis compañeros al patio de honor de la Escuela Militar para ser investido oficialmente como cadete y celebrar al mismo tiempo, el aniversario de creación de nuestro Alcázar. Entre los cientos de asistentes estaban mis padres, hermanos, abuelos y algunos tíos. Era difícil contener la emoción al mismo tiempo que debía llevar el paso al compás de la “Parada de los Hombres Altos” que tocaba la banda y mantener la alineación con mis camaradas. Ya detenido en un punto del patio y con los focos apuntándome directo a la cara vuelvo a pestañar y a caer en un nuevo trance.

De vuelta en el Patio Alpatacal. Son las 0625 de la mañana. Otra vez el aire frío y tibio. Los pájaros entonan las mismas notas. Los queltehues siguen allí al igual que las banderas chilenas y claro, también está la cumbre del Plomo. Es extraño… Todavía tengo un poco de ansiedad, pero mis codos están sanos. No entiendo. El lugar sigue siendo tosco, alto y algo hostil, pero ahora no lo siento ajeno. Todo lo contrario, me siento parte del lugar. Miro a los cadetes que forman y me veo a mí mismo hipnotizado y en medio de un trance. Mis ojos se nublan. Quiero correr a decirme que todo va a estar bien, que todas esas emociones son normales y propias de la rigurosa formación militar.

Sin embargo, una voz seca y decidida que grita a ¡Alto! todo pulmón me hace pestañar y salir de mi estado. Veo a un oficial cruzar el patio y presentarse enérgico y seguro a tres pasos de distancia de donde yo me encontraba. Instintivamente subo mi mano derecha y digo “buenos días” recibiendo al unísono “buenos días mi comandante” proveniente de más de setecientas voces. No lo puedo creer. Ha pasado más de un cuarto de siglo desde aquella otra mañana del 16 de marzo.

Hoy, nuevamente cientos de jóvenes se convertirán en cadetes militares y lucirán por primera vez la guerrera azul frente a sus familiares, amigos y a la sociedad chilena. Esto es el reflejo de cómo la Escuela Militar del Libertador General Bernardo O’Higgins Riquelme hace su trabajo. Ese trabajo concebido por su fundador y cuyo propósito era “… formar e instruir oficiales para llenar las vacantes de los regimientos…” Cumplida esa tarea, hoy la Escuela Militar sigue formando “… oficiales de excelencia para que se incorporen al Ejército y la sociedad chilena…”, lo que constituye un desafío más amplio e integral. Esta labor es realizada gracias a cientos de civiles y militares que a lo largo de su historia han aportado significativamente con su trabajo, y por lo que hoy, al cumplirse 207 años desde su creación les deseamos un emocionado feliz aniversario.

Vuelvo a andar por los pasillos, por las salas de clases, por la cancha de vóleibol, por los comedores, por el Curso Militar y por el estadio. Me cruzo con un cadete y le pregunto ¿cómo está? Me responde con soltura y alegría: “¡Bien! ¿Y usted mi comandante?”. La respuesta me descoloca un poco, pero me saca una sonrisa. Converso con “el Peluca”, el mismo que me cortaba el pelo en segundo año de escuela. Veo al “Chepo” que ahora está a cargo de las áreas deportivas. En la sala de profesores me encuentro con el profesor Nuñez y Massardo quienes, junto con enseñarnos Castellano y Física respectivamente, también nos enseñaron valores propios de la vida como soldados. Llego a la oficina, trato de ordenar mis emociones y escribo estas líneas con los ojos nublados por segunda vez en lo que va del día.

Feliz Aniversario a nuestra Escuela Militar

3 thoughts on “Un abrir y cerrar de ojos

  1. Yo fui cadete militar en el añ 1963 mi vida cambió para siempre recuerdo la diana su pasada por el tunel de agua la gimnasia el desayuno la formación y luego a clases nuestro recreo y al casino en la tarde Instrucción militar y mucho aporreo aprendí que la disciplina es fundamental en todo y obedecer sin cuestionar la orden te lleva al éxito!

    1. Gracias por comentar Jorge. Somos muchos los que tenemos los mas lindos recuerdos de nuestro paso por la Escuela Militar. Nuestra Escuela Militar! Un gran saludo fraterno.

    2. Magistral descripción de lo que sentimos en nuestro ingreso al Alcázar y como en un abrir de cerrar de ojos pasamos por vivencias y experiencias inolvidables. Hoy ya retirado, con una familia formada, sirviendo en otros frentes y con Dios que me ha dado de todo, solo resta recordar a nuestros instructores, oficiales , camaradas de armas, nuestros padres, familiares y amigos que fueron parte de esa hermosa época de nuestras vidas, la vida de la Escuela y de la carrera militar.Son ellos parte de eso. Y tal cual, fue en un “abrir y cerrar de ojos”. Feliz aniversario!!

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