La vida nos presenta desafíos a diario, unos más graves que otros, que en algunos de los casos tienen la característica de ser difíciles de superar.
En más de una ocasión descubrimos que para enfrentarnos a ellos, hay que adoptar posiciones que nos traerán colateralmente otras dificultades, pese a las cuales son absolutamente necesarias.
Existiendo bienes superiores, los que habitualmente no se pueden abandonar, asumimos que mantenerlos nos provocará dolor y talvez amargas consecuencias.
¿Cómo negarnos a ello?, ¿cómo dejar de lado principios y valores que han sido el eje de nuestra conducta como seres humanos?
Si creemos en lo que somos y mantenemos nuestras creencias, simplemente asumiremos una posición dura e inalterable.
Nada nos hará cambiar de opinión, pese a que probablemente parte del entorno, inclusive algunos de nuestros seres queridos, nos aconsejen cambiar de postura.
Es que simplemente, hacerlo nos dejará la terrible angustia de asumir que todo lo que hemos sido y los sacrificios por los cuales hemos pasado para llegar a donde llegamos, pierden sentido.
No importa que tan grandes sean las consecuencias, como tampoco la trascendencia del tema, ya que grande o pequeña, atenta en contra de nuestros principios.
Mantenerse en la posición o resolución adoptada, es el eje de la cuestión, abandonarla es perder, peor aún si se trata de sentimientos, es dejar un vacío angustiante e irrecuperable.
Claro que usted estimado lector, podría decirme que lo que menciono posee características apocalípticas inexistentes y sobredimensionadas, ante lo cual debería decirle que la importancia y valorización de cada una de ellas, es individual y solo compete a quien lo vive y siente.
Entre otros aspectos y en mi caso específico, no cedo en adoptar posiciones inalterables cuando se trata del bienestar y protección de mi familia, de mis valores éticos, de la mentira en forma especial, algo que detesto y de la falta de humanidad, tan común en nuestros tiempos.
Tampoco cedo cuando aparece en las relaciones humanas que mantengo, la deslealtad y la falta de honestidad, en términos de la apropiación de lo ajeno.
Pero, esperando que lo planteado haya sido entendido, permítanme terminar las palabras que encabezan este artículo.
Para poder hacer lo descrito y mantenerse firme en una posición que consideramos justa, hay que asumir a la manera de lo que piensa y hace don Quijote de la Mancha y Martín Fierro, que no le aflojan ni un pelo, aunque le hagan palanca.
General de Ejército (R), historiador, Presidente del Instituto O’Higginiano de Rancagua.