Mi primera vez

La mezcla de emociones era indescriptible: felicidad, orgullo, entusiasmo, entre muchas otras… Desbordaba motivación. Aún no lo puedo describir, pese a que el recuerdo se mantiene vivo después de décadas. La realidad es que, junto a dos compañeros habíamos llegado a nuestra primera unidad. Era nuestra “unidad cuna”, como suele llamarse en el Ejército. Vestíamos uniforme de salida que relucía no por el esfuerzo en su prolijidad, sino porque estaban nuevos, tan nuevos como nosotros en nuestra primera vez.

Recuerdo que nos presentamos al comandante de la unidad, un coronel, con quien conversamos por primera vez en calidad de oficiales y no de alumnos. Nos dio la bienvenida a la gloriosa unidad a la que habíamos sido destinados, y de él aprendimos que las “unidades gloriosas”, a diferencia de las “prestigiosas”, son las que han participado en combate, enfatizando el peso de la responsabilidad que asumíamos. Junto con expresar sus expectativas hacia nosotros, nos comunicó nuestro encuadramiento. A mí me designó como Comandante del 3er Pelotón de la 2ª Compañía. En breves momentos, por primera vez, sería el responsable de cuatro suboficiales y 33 soldados.

Recuerdo que caminé hacia la 2ª Compañía y me di cuenta de que era la primera vez que caminaba solo, sin ser uno más de la formación, sin la complicidad de mis compañeros, sin la guía de “mí teniente”. A partir de ese momento, yo sería “el teniente”. De pronto, el peso de la responsabilidad se me hizo agotador. Un torbellino de dudas pasó por mi mente y todo lo que había aprendido en cuatro años de Escuela Militar y un año en el curso básico de infantería parecía haberse borrado. Por un instante, quedé en blanco, la ansiedad me abrumó, mi ritmo cardiaco se aceleró y mi respiración se agitó. Todas mis ideas, intenciones y planes para enfrentar por primera vez el mando, se desvanecieron.

A pesar de todo, sabía que estaba preparado, pero la ansiedad de la primera vez me estaba jugando una mala pasada. ¿Qué voy a hacer? me pregunté. Respiré hondo y de repente, escuché la voz de mi Teniente Warner, quien había sido mi Comandante de Sección cuando ingresé al Ejército. Su voz me recordó cómo influyó en mis primeros años, siendo un ejemplo a seguir y un modelo a replicar.  Recordé su seguridad, conocimiento y carácter en aquella primera vez cuando yo todavía usaba chaqueta y corbata.

Recordé su arenga antes de mi primera vez marchando a campaña y cómo nos motivó para ser mejores soldados. Recordé la primera vez que dimos las pruebas de suficiencia física, con él a la cabeza, dando el ejemplo. Recordé mi primera diana, mi primera retreta, mi primera iniciación de servicios, mi primera lección de tiro, recordé todas mis primeras veces como militar y recordé que siempre estaba ahí, guiándonos, orientándonos, liderándonos.

Recordé cuando nos habló del miedo y la emoción que también sintió él en su primera vez y que a veces todavía sentía, pero se debía a nosotros, su gente. Eso le daba la fuerza de voluntad para seguir. De pronto, todo empezó a ser más claro y recordé a todos los buenos ejemplos y buenos líderes que tuve. También recordé a aquellos que no lo fueron tanto y las experiencias que obtuve de cómo no quería ser.

Recordé las clases de liderazgo respecto a la importancia del ejemplo personal, la teoría de educación refleja y cómo la naturaleza humana tiende a repetir los patrones de los padres, lo mismo que sucede con los comandantes. Recordé los ejemplos históricos de O’Higgins, Colipí, Carrera Pinto y tantos otros. Pero principalmente, recordé a todos los buenos ejemplos durante mi formación y que, con mi estilo personal, quería emular.

Recordé la frase del General George S. Patton, “You are always on parade” (Siempre estás en un desfile), que implicaba que sería observado el 100% del tiempo por mis subordinados, tal como yo observé, aprendí y repetí inconscientemente lo que hacían mis comandantes. Efectivamente, las personas hacen lo que ven, como lo menciona Maxwell en la décimo tercera  de sus “21 leyes irrefutables del Liderazgo”. Cada soldado observaría mi liderazgo desde distintas perspectivas y con sus respectivas necesidades. Cada acto, tanto profesional como personal, marcaría de forma distinta a todos quienes dependieran de mí. Y pensé: no puedo fallarles.

Volví en mí cuando ya estaba frente a la 2ª Compañía, formada con todo su personal, más de 120 hombres y mujeres observándome. El capitán, mi primer comandante de compañía y hoy uno de mis mentores, me llamó frente a todos y me presentó a la unidad. Siguiendo una tradición de años, como en el ciclo de la vida, me ordenó asumir el mando. Por primera vez, corrí frente al 3er Pelotón y quedé en posición firme. Los miré a los ojos por unos instantes y después de dar mi grado y nombre con voz clara y enérgica, pronuncié  por primera vez:

–¡Asumo el mando del 3er. Pelotón de la 2ª Compañía!

­–¡3er. Pelotón!

­­–¡A discreción!

Corrí a formar a la cabeza de mi Pelotón. Quedé a discreción junto con ellos. Ya estaba tranquilo, orgulloso, confiado y convencido de dar todo de mí, por intentar ser el mejor líder que podía ser. No por mí, ni por mi gloriosa unidad, ni por el Ejército, sino por ellos, por los 37 hombres y mujeres del 3er. Pelotón de la 2ª Compañía. Desde ese momento, la historia la contarían otros, la contaría mi equipo, la contarían mis subordinados.

 

Fuente de la imagen: Página web de la Ilustre Municipalidad de Colina (https://www.colina.cl/2023/09/11/desfile-civico-militar-por-las-glorias-del-ejercito-de-chile-muestra-el-espiritu-patrio-de-la-comuna/)