La vastedad de nuestra historia militar –escrita a sangre y fuego– nos brinda la oportunidad de rememorar, con cierta frecuencia, los innumerables hechos de armas acaecidos y cuyos relatos han deslumbrado a generaciones tras generaciones de chilenos. Pero hay una acción que tiene un significado especial. Me refiero al Asalto y Toma del Morro de Arica, conocida también como la Batalla de Arica.
En aquel épico combate, ocurrido al amanecer del 7 de junio de 1880 brilló en en toda su dimensión, el coraje, arrojo y decisión sin igual del soldado chileno, representado por los regimientos 4º, 3º y 1º de Línea y el Regimiento Lautaro.
Los registros documentales señalan que esa jornada, al enfrentarse a las primeras posiciones defensivas del inexpugnable morro, el comandante del 4to de Línea, teniente coronel Juan José San Martín Penrose, cayó mortalmente herido en los faldeos del morro. Pero fueron sus hombres –los bravos cuartinos– quienes impulsados por el ejemplo de su comandante y el grito anónimo de ¡al morro, muchachos!, se abalanzaron hacia la cima, logrando luego de tan solo 55 minutos llenos de arrojo y valor, izar la bandera chilena en la explanada del histórico peñón, culminando así, con magnífica precisión, astucia y heroísmo, una de las hazañas más brillantes que recuerda nuestra historia militar.
Del análisis meramente militar, se puede aseverar que con el Asalto y Toma del Morro de Arica se alcanzaron los objetivos estratégicos y tácticos formulados por el general Manuel Baquedano y el coronel Pedro Lagos respectivamente, dando pie a un plan que fuera magistralmente ejecutado por los mandos de las unidades participantes.
Pero más allá de ese resultado militar, esta acción dejó una herencia que nos legara generosamente el teniente coronel Juan José San Martín Penrose, comandante del Regimiento 4º de Línea –el comandante inmortal– quien durante su vida representó nítidamente los valores y virtudes que debiese encarnar todo soldado que se precie de tal.
Esa invaluable herencia intangible –tal como se define el liderazgo– nos permite hoy mirar en perspectiva la figura del comandante San Martín, en un ejercicio quizás un poco injusto, por cuanto aquellos rasgos de la personalidad, cualidades o habilidades que hoy son reconocidas como las necesarias para ejercer un buen liderazgo son las mismas que –probablemente sin saberlo– adornaron la figura del comandante San Martín.
El liderazgo es por sobre todo influencia y sobre este rasgo es posible señalar que, mientras sirvió en el Ejército, San Martín logró influir en la mente y el corazón de sus subordinados e incluso de sus superiores. Valga aquí recordar la arenga que el comandante San Martín formulara poco antes de iniciar el ataque hacia el Morro de Arica: «No olvidéis, señores, el número que lleváis en vuestros quepís, y no desamparéis un solo momento vuestra tropa».
Su influencia perdura hasta nuestros días. Esa influencia se percibe en cada uno de los hombres y mujeres que integran tanto el Batallón No 4 Rancagua como también, en los integrantes de la Brigada Motorizada No 4 Rancagua. Su ejemplo personal, arrojo y sublime sacrificio, son fuente de inspiración y fortaleza para los cuartinos de hoy, quienes mantienen –con una mística muy especial– esas mismas virtudes y de la cual tuve la fortuna de ser testigo privilegiado durante mi carrera militar.
Un [buen] líder va a tener que demostrar –tarde o temprano– resiliencia, esa capacidad que permite afrontar la adversidad. El ejemplo que nos presenta la vida del comandante San Martín en este sentido es contundente. Siendo capitán de Cazadores del 4º de Línea, mientras efectuaba una expedición en las cercanías del río Traiguén, San Martín y sus hombres se vieron enfrentados a fuerzas superiores que le infligieron una dura derrota. En total, treinta y nueve bajas fueron el alto costo de esa acción; San Martín había combatido sin descanso y su tropa prácticamente había desaparecido.
A pesar de ese duro episodio, que lo sería para cualquier comandante, San Martín logró sobreponerse, no solo de sus heridas, sino más importante, recuperarse del dolor que significa el perder a uno de los suyos y continuar cumpliendo sus tareas con la misma motivación y espíritu.
Nadie se puede sentir líder si no demuestra con acciones concretas su compromiso. Ese compromiso –que se debe entender como multidireccional– es el que marca la relación de un comandante con su unidad, con sus subordinados, con sus superiores, con el Ejército y con la Patria. El comandante San Martín nos lo enseña nítidamente. Siendo prácticamente un niño, hizo del Ejército su razón de ser, ingresando como soldado raso en 1854 con tan solo 14 años al regimiento que fue la pasión de su vida, el 4º de Línea. Recorrió un largo camino que lo llevó a ascender al grado de teniente coronel y que incluyó la Revolución de 1859, la Pacificación de la Araucanía y, por último, la Guerra del Pacífico.
La vocación, entrega y compromiso demostrados durante toda su vida por San Martín, se ven sellados el 7 de junio de 1880 con el sacrificio sublime del propio comandante San Martín, con que se corona la victoria en el Morro de Arica. Recordemos las palabras que mencionara agonizante mientras era atendido por el cirujano LLausás y en compañía de sus fieles amigos, los capitanes Pedro Onofre Gana y Pablo Marchant: «digan al señor coronel Lagos que creo haber cumplido con sus órdenes».
El máximo sacrificio al que un soldado puede aspirar es entregar la vida por su patria. Aquello se cumplió en el Morro de Arica con la figura del comandante San Martín, quien se suma a tantos héroes de nuestra historia militar y que nos llevan a reflexionar sobre el significado de este compromiso. Quienes abrazamos la carrera de las armas, formalizamos dicho compromiso año a año a través del juramento a la bandera, decisión que se manifiesta no solo en los momentos de máxima exigencia como puede ser un conflicto armado, sino también el llamado a servir con ese mismo compromiso en tiempo de paz.
Ese inmenso sacrificio nunca será en vano; recordemos cómo relataba Benjamín Vicuña Mackenna, en su artículo ¡No soltéis el Morro!, lo acaecido esa mañana de junio en la guarnición de Arica. «Ellos también lo lloraban, aquellos hombres de acero que acababan de triunfar contra fortalezas de granito; y esas lágrimas de los heroicos y la sangre heroica de San Martín han santificado el Morro, como santificó Prat la cubierta del Huáscar, y como éste, el Morro será nuestro».
El ejemplo que nos propone el Teniente Coronel Juan José San Martín y sus bravos cuartinos, que recordamos en esta especial ocasión, nos invita a reflexionar sobre el tremendo desafío que implica ejercer el [buen] liderazgo; el impacto que tienen sus decisiones; el compromiso y cómo éste se transmite a través del ejemplo personal; la resiliencia que permite sobrellevar los momentos difíciles. En definitiva, la influencia que se ejerce en quienes están bajo su responsabilidad y que, de hacerlo bien, permite el logro de los objetivos planteados. A no olvidar, el liderazgo no es complejo, pero es difícil.
Fuente de la imagen: Museo Histórico Militar.
General de División (R) Académico, consultor y autor en temas de seguridad y defensa, pensamiento estratégico y liderazgo. Excomandante del Regimiento Reforzado No 4 “Rancagua”
Excelente columna y reflexión de lo que significa ejercer un buen liderazgo, basado en la figura enorme e imperecedera del Comandante Juan José San Martín Penrose.
¡¡¡Felicitaciones estimado amigo!!!
Muchas gracias por tu comentario estimado Walter! Un afectuoso saludo a la distancia.