¡Otra cosa es con guitarra!

Hoy quiero desempolvar esta frase de la usanza chilena, la que a ratos no es muy tomada en cuenta. Para mí se trata de todas esas veces que opinamos desde la vereda del frente, desde nuestra oficina con un café en la mano, o en el pasillo de nuestra pega; opinamos de algo que no nos pasó a nosotros y, sin embargo, en ese mismo momento nos convertimos en el verdugo de alguien que a veces ni siquiera conocemos.

A veces este dicho también se refiere a las quejas. Pareciera en ocasiones que somos de una sociedad que siempre se está quejando de algo, que siempre necesita y busca aquello que no tiene, que escasamente valora lo que tiene. Siempre hay algo y nunca estamos tan bien, ¿se han dado cuenta?

Hoy quiero referirme a todas esas veces en que nos gana la curiosidad y las ganas de juzgar las acciones u omisiones de las personas que nos rodean, simplemente porque sentimos que podemos, y que al no ser nosotros el o la protagonista, automáticamente opinamos de lo que nos parece una situación de la cual podemos hacernos parte.

Nikola Tesla[1] decía que “cuando comprendes que toda opinión es una visión cargada de historia personal, empezarás a comprender que todo juicio es una confesión”. Eso quiere decir que cada uno interpretará la realidad desde su vereda, conforme a sus experiencias y vivencias, y muchas veces a su conveniencia. O sea, cuando hablamos de los demás emitimos juicios basados nuestro particular discurso interior.

¿A qué voy con esto? En nuestra cultura a veces el morbo puede más que la razón, la confianza, la lealtad y la empatía. Nos gustan las ferias donde se exhiben las cosas más extrañas y llamativas que pueden ponerle un poco de aliño a nuestras vidas y muchas veces perdemos la extraordinaria oportunidad de guardar silencio.

En organizaciones como la nuestra, muchas veces somos verdugos crueles sin que necesariamente exista dicha intención. Pero puede ser que estamos tan acostumbrados a opinar, pero sin tocar la guitarra porque no nos sabemos la canción o porque ya hemos tocado tanto, que sentimos que tenemos la autoridad de opinar de la composición y melodía, de aquella canción con las notas mas difíciles de tocar e interpretar.

Creo que la crítica y las quejas son malas compañeras. A ratos pareciese que estuviéramos “seteados”[2] para siempre quejarnos, criticar u opinar de algo o alguien. Creo firmemente que estas costumbres son una piedra en el zapato que nos debemos sacar, de lo contrario no podemos seguir caminando.

En su contraste, autocrítica y gratitud son dos palabras que casi no usamos ni practicamos mucho. Esto ocurre porque estamos en la vereda del frente de quien toca la guitarra sin recordar que a nosotros la canción no nos sale nada de bien e incluso medio desafinada.

Dicen que las palabras son poderosas, que son semillas de poder que mueven la acción, pero en realidad somos lo que hacemos y no lo que decimos que hacemos. No obstante, una palabra puede cambiar una vida, marcar un hito, mover masas, cambiar las cosas, puede dar o quitar poder; una palabra puede generar mucho daño. En su opuesto puede generar felicidad, alegría, gratitud y empatía.

Si no fuéramos tan habilidosos para criticar, juzgar sin ponernos las botas del otro, destrozar con nuestra opinión “en derecho” a personas o hechos, a opinar sin que nadie pidiera nuestro parecer, quizás seríamos todos mejores personas y un mejor equipo. Si sólo aprendiéramos a guardar silencio cuando significa respeto y no ser “más papistas que el papa”[3], seríamos más felices y tendríamos más confianza en el sistema, ese sistema que somos todos…

En todo caso, la intención no es criticar y seguir el camino de la queja el cual hago objeto en este post. El objetivo es ser capaces de reconocer que absolutamente todos estamos expuestos, vulnerables y propensos al error. Todos podemos ser aquel que le correspondió tocar la guitarra y no sabía cómo hacerlo. Con esto me refiero a puestos, cargos, situaciones, errores, procesos, obstáculos, problemas, etc.

La invitación de este post, es más bien a la reflexión y al silencio. A ser verdaderos camaradas dentro del equipo, donde la confianza genere la tolerancia al error, obviamente con las consecuencias que cualquier hecho punible deba tener.

Me gustaría, que crucemos la vereda y que aprendamos a tocar la guitarra, así nuestra organización será mejor, más sostenible en la confianza y en el cariño por lo que hacemos, podríamos alcanzar objetivos importantes y seríamos la mejor canción unplugged de la historia.

Me gustaría que nos pongamos las botas del otro para apoyar más y criticar menos, y que las personas que cometen errores no sean protagonistas de la Tragedia de Prometeo Encadenado[4] y terminen destruidos por el efecto de los comentarios.

Seamos buenos camaradas, seamos más empáticos para que cuando -espero que no- seamos protagonistas de una situación, no nos demos cuenta por las malas que ¡otra cosa es con guitarra!

[1] Nikola Tesla fue un inventor, ingeniero, eléctrico y mecánico serbio nacionalizado estadounidense, célebre por sus contribuciones al diseño del moderno suministro de electricidad corriente alterna.

[2] Modismo que viene del verbo en inglés “to set”

[3] Expresión que se refiere a quien manifiesta más preocupación o celo por un asunto que la persona directamente interesada o afectada, pretendiendo a veces ser más dogmático y rígido que el entendido en una materia.

[4] Esta tragedia griega cuenta la historia del Titán Prometeo. Prometeo amaba a los humanos, y para salvarlos de la ira de Zeus, robó el fuego, incurriendo en la venganza del dios olímpico. Así que, en un ataque de ira, Zeus ordenó a Prometeo ser encadenado a un precipicio remoto donde un águila vendría cada noche a comer su hígado.

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