Es muy común ver en ceremonias castrenses a personas que asisten sin usar uniforme, que no son autoridades y tampoco familiares de algún militar. Estos individuos se caracterizan por vestir de traje con corbata, tener un trato enérgico, caminar erguidos, mirar fijamente y tener el rostro curtido por las arenas del desierto, el sol de Los Andes o el frío de las gélidas pampas magallánicas. Estas personas son los viejos soldados.
Provengo de una familia de larga tradición militar. Mi padre, abuelo, bisabuelo y así, varias generaciones hacia atrás han servido en el Ejército. Gracias a eso, desde niño aprendí lo que sienten nuestros viejos soldados y cuán valiosos son para nuestra Institución. Los viejos soldados son hombres y mujeres que han vestido el uniforme y han entregado la mejor etapa de su vida – su juventud – a la noble tarea de servir a la patria. Más aun, hoy en día, ya descansando en los cuarteles de invierno y con sus cajas de campaña abarrotadas de recuerdos, siguen transmitiendo energía, consejos y cariño a las nuevas generaciones que decidieron seguir su ejemplo. En este contexto, el propósito de esta columna es explicar porqué los viejos soldados merecen nuestro respeto y son relevantes para nuestro Ejército. Para esto, baso mi posición en tres argumentos principales: 1) los viejos soldados se ganaron nuestro respeto, 2) los viejos soldados nos transmiten su experiencia, y 3) los viejos soldados fortalecen la identidad y la tradición militar.
Primero, los viejos soldados producto de sus años de servicio se han ganado nuestro respeto y admiración. Mucho antes de que tú y yo vistiéramos el uniforme, ellos ya estaban expuestos a los rigores de la carrera militar, ya sea en posiciones en la frontera, en entrenamientos en escenarios adversos o en largas jornadas de apoyo a nuestros conciudadanos. Además, las antiguas generaciones debieron cumplir sus tareas con menos tecnología y mayores privaciones en cuanto a equipo y material. De hecho, ellos no tuvieron la fortuna de tener los equipos de protección para bajas temperaturas y la cantidad de vehículos que tenemos hoy. Por tanto, estaban más expuestos al frío y debían hacer la mayor parte de sus desplazamientos a pie. Sin embargo, pese a las dificultades que ellos enfrentaron en cada generación, al igual que los hombres de armas de hoy, siempre demostraron gran cariño por la profesión y compromiso con la patria. En consecuencia, ellos se han ganado el sitial que les corresponde en el corazón de todos nosotros.
Segundo, los viejos soldados vivieron los distintos desafíos de la profesión militar antes que nosotros, por eso, ellos son una fuente de experiencia inagotable. Nuestros predecesores, fueron comandantes, asesores, jefes de comisiones y administradores de cargos por nombrar solo algunos roles y en cada puesto enfrentaron situaciones complejas que supieron sortear con éxito. Por tal razón, sentarse a conversar con ellos es tremendamente valioso. Al compartir un café con aquellos que ya no visten uniforme se puede aprender a cómo fortalecer la formación de los jóvenes en el servicio militar, cómo mejorar el clima laboral, cómo gestionar mejor los recursos institucionales o cómo preparar una buena instrucción. Muchos de los mejores consejos que he recibido en mi vida me los han transmitido oficiales y suboficiales que hoy ya no visten el uniforme, quienes desde el retiro siguen apoyándome y confiando en mí. Por eso, cuando veas a un viejo soldado, acércate, invítalo a conversar y escucha sus consejos.
Tercero, los viejos soldados mantienen la tradición militar. Un comandante me enseñó una vez que la vida militar es una carrera de posta, en la que cada integrante de la unidad tiene un rol por cumplir durante un tiempo determinado, para luego entregarle esa responsabilidad a otro. Esta lógica es lo que le entrega proyección a la organización, sobre todo en el Ejército, donde sus integrantes cumplen sus funciones con una profunda vocación y compromiso. En este sentido, los viejos soldados tienen un rol clave en esta tarea. Ellos ya participaron de esta carrera, corrieron con el testimonio y se lo entregaron a quienes los reemplazaron. En virtud de esto, no podemos perder de vista que hoy servimos en una unidad, entrenamos con un fusil moderno o aplicamos una nueva técnica de combate, porque antes alguien desarrolló un estudio, elaboró una planificación o tomó una decisión que generó las condiciones para que hoy cumplamos nuestras tareas en mejor forma. En consecuencia, los viejos soldados pueden transmitir la historia de la unidad y la razón que llevó a distintos comandantes en el pasado a adoptar cada resolución que fue puesta en práctica por la organización. Gracias a esto, se refuerza la identidad de la unidad y se fortalece el espíritu de cuerpo.
En conclusión, los viejos soldados son personas que han servido a la patria y que hoy ya no visten uniforme. El servir implica postergarse por el bien de los demás. Por tanto, sirviendo en el Ejército, ellos dieron lo mejor de sí por la defensa de la patria y el bienestar de sus conciudadanos. Sus historias, canas, arrugas y lesiones acumuladas dan testimonio de esto. Debido a ello, hoy podemos afirmar que se ganaron nuestro respeto, que vale la pena recibir su experiencia y que es importante mantener contacto con ellos porque ayudan a conservar la tradición militar y la identidad de las unidades.
Finalmente, cada vez que veas a un viejo soldado en la guardia del cuartel, acércate, regálale tu mejor posición firme y comparte con él un buen apretón de mano, te llamará la atención todo lo que puedes aprender de él y cuánto puedes crecer como militar.
Fuente imagen: https://pacificparatrooper.wordpress.com/2014/11/11/veterans-day-2/
Aficionado a las áreas de seguridad internacional, defensa, toma de decisiones y pensamiento crítico.