Cuando te dicen que vas al Caribe, al paraíso terrenal —28° de temperatura, 60% de humedad, mar de siete colores, alegría, música y un desafío que puede transformarse en un deleite personal—, nunca imaginarías que se volvería un infierno deportivo y una misión que solo los “sobrevivientes” podrían contar.
15 de junio. Nos encontramos en una isla paradisíaca, destino soñado para muchos: alegría, música, vida diurna y nocturna, playas cristalinas de arenas blancas. El relajo está por todos lados, dondequiera que mires. Y ahí estamos, a metros de empezar una nueva aventura: la primera edición del IRONMAN 70.3 de la Isla de San Andrés. Pero algo se avecinaba con los días: una tormenta tropical que nos haría cuestionar si estábamos preparados para el desafío o si dar un paso al costado sería la opción más consciente de todas.
Cuando uno enfrenta estos desafíos —por el entrenamiento, la preparación, los permisos, el tiempo, la familia y tantas cosas más que se ponen en la balanza—, asume que puede haber un problema mecánico, una rueda baja, algún imprevisto… pero nunca se piensa en poner en riesgo la vida por lograr el objetivo. Es por ello que San Andrés se volvió un infierno terrenal, como sigue:
1°: El “Swim”
Solo algunos tuvieron la opción de lanzarse al agua. De los 1.9 km programados, pasamos a 750 metros y luego a la cancelación total. Las manos ondeantes de Poseidón pusieron a prueba incluso a los más fuertes, que debieron ser rescatados por motos y balsas para evitar lo peor. El resto solo observamos cómo uno de los momentos más emocionantes del triatlón se esfumaba. Nos quedamos con las ganas de luchar con brazadas y pataleos. Primero la vida, antes de exponernos.
La lluvia aumentaba, el viento se volvía más fuerte y ahí estábamos, en la T1, esperando. Paradójicamente, con frío, pero unidos bajo un techo mientras se tomaban decisiones. En ese momento, cualquiera sea la resolución, todo pasa por la mente. ¿Qué hacer? Si la organización toma una “buena” o “mala” decisión, siempre será relativo. En segundos, pasan por la cabeza las horas silenciosas, las madrugadas, los fines de semana sin “desayuno en familia”, el sueño, el cansancio, las horas de vuelo, dormir en aeropuertos y, sobre todo, el entrenamiento: esa lucha diaria con uno mismo para llegar en la mejor forma posible. Poco a poco, la “finisher medal” se veía más lejana, pero aún rogábamos que el clima hiciera una tregua para demostrar de qué estamos hechos.
Bien o mal, la organización decidió seguir con la competencia.
2°: El “Bike”
La partida se realizó mediante “rolling start” para las bicicletas. Después de una hora y media, salimos a rodar. ¿Bajo qué condiciones? Bajo las que precisamente esperábamos evitar. Algunos más conservadores prefirieron retirarse: un pequeño grupo que pensó más en su bienestar personal y material que en la carrera. Decidieron dar un paso al costado y dejar a los inconscientes continuar. Bueno, a ese equipo me uní.
Ráfagas de viento de 50 km/h, lluvia constante que impedía ver más allá de un par de metros, charcos y pozas que llegaban al pedal, caminos irregulares, lluvia frontal, lateral, aguaceros con gotas gruesas que parecían agujas. Básicamente, un cameo de Forrest Gump: lluvia de arriba hacia abajo y de abajo hacia arriba. Una verdadera locura. 90 km de combate personal. Hasta los corceles luchaban por no caer, pero, sobre todo, era una batalla psicológica. Dos giros al circuito de la paradisíaca isla y un deseo cada vez más fuerte de que el sufrimiento terminara.
3° y último: El “Run”
21 km donde la lluvia persistía, la humedad y la temperatura aumentaban, y el viento seguía golpeando. Las tres vueltas al circuito fueron una locura: pies que llevaban más de 4 o 5 horas mojados, pozas por todos lados. Aunque llovía, incluso había carros de bomberos mojando a los participantes para reducir la temperatura, que hacía cada paso más difícil.
Y ahí estábamos, corriendo, dando lo mejor, queriendo entregar lo mejor de nosotros, paso a paso. Pero como todo buen “run”, es el momento en que la gente se acerca, vitorea e intenta subir el ánimo ante tanta dificultad (mención honrosa a mi mujer y coach, siempre entregándome su apoyo y cariño). Y, bueno, después de casi dos horas, la “Finish Line”: la hermosa carpeta roja del IM y, personalmente, en esta oportunidad, abrazado —como un héroe patrio— por primera vez con mi bandera chilena, para cerrar con broche de oro un “duatlón” de aquellos.
San Andrés: la isla paradisíaca que se volvió una lucha constante, kilómetro a kilómetro y paso a paso.
No solo por las inclemencias del clima o los vientos fríos, las caídas, los problemas mecánicos o el dolor. También por la lucha psicológica: el sobreponerse a las dudas, combatir con uno mismo, enfrentar la inconsciencia de querer ser distinto y lograr el objetivo final.
¡Lo hicimos! Los sobrevivientes de San Andrés. ¿Por qué “sobrevivientes”? Porque es difícil establecer un límite entre la cordura y la determinación. La vida se trata de los objetivos que nos ponemos, de luchar por ellos, de ser ejemplo y sobreponerse ante la adversidad.
Quizás este infierno no fue la mejor opción, pero sí fue una carrera épica. Los que decidimos enfrentarla nos llevamos una medalla heroica y dolorosa, que recordaremos con cariño. Porque no solo se trata de la adversidad personal, sino también de la colectiva: la familia, los mensajes de ánimo, el no tirar la toalla.
Así es este deporte, y así es la vida. A veces sentimos que nos ahogamos, que todo se vuelve difícil, que el camino se cierra frente a nosotros. La vida nos pone baches, nos lanza pozas bajo los pies, nos cambia el clima sin aviso. Pero es ahí donde descubrimos cuánto deseamos salir adelante, cuánto valor tiene comprometerse con uno mismo y con los sueños, cuánto empuje nos dan los seres queridos —incluso de manera inconsciente— para seguir avanzando.
Este “infierno” fue, al término de la jornada, el paraíso mismo del logro, de lo humilde de la vida enfrentando las adversidades bajo la bandera firme de la lucha personal.
No sé si volveré a pisar ese paraíso. No sé si volveré a una lucha parecida en el ámbito deportivo. Pero sé que esa medalla tiene un cariño especial: una gota de sudor distinta, un peso emocional diferente. No solo representa esfuerzo físico o psicológico; encarna el coraje, el valor y el deseo de cumplir los sueños, aunque el camino sea adverso.
Los sobrevivientes de San Andrés te recordaremos siempre, como un brillo en medio de la adversidad.
