Llora pero no llora

Llora el cielo desconsolado y la tierra lo recibe sedienta pero incapaz de asimilar sus lágrimas interminables. Los ríos crecen y se desbordan en una especie de tsunami solapado que con lentitud y a veces no tanta, primero moja y luego inunda plazas, casas, canchas de fútbol, calles, autos, vidas y sueños.

Llora la mujer que ve su casa nueva, recibir en su living y en sus piezas al barro, al agua y luego más barro y más agua. Esa casa que con esfuerzo logró erigir junto a su familia, casa contigua con aquella cuyos impotentes moradores heredaron el hogar de sus padres y éstos a su vez de sus abuelos.

Llora el hombre de campo que ve su cosecha perderse en un nuevo horizonte de agua, teniendo que refugiarse en la esperanza de una nueva cosecha el año entrante, sin saber aún la forma en la que podrá enfrentar el desafío que se le viene cuando sea absorbida la última gota.

Llora el niño cuyo perro no aparece; se lo imagina varias veces, pero no por ello éste retorna a su lado. Llora porque lo extraña, pero también llora porque no sabe qué le habrá pasado, dudando a ratos de su capacidad para nadar y para soportar el frío. Sigue llorando y se lo sigue imaginando.

Llora también esa familia cuyo jefe de hogar ha debido dejarlos para ir en ayuda de otras personas. Lloran ellos porque sus sentimientos chocan sin control, queriendo por un lado que su papá o mamá,  que abrazó la vida militar, esté allí con ellos en ese momento, mientras por el otro saben que el sacrificio que hacen como familia va en apoyo de quienes más lo necesitan.

Lloran también todos, los que sufren y los que ven a quienes sufren. Los primeros por las razones aquí descritas y todas aquellas que no caben en palabras. Los segundos lloran al recordar el momento en el que el fuego, el mar, la lava o una sacudida de la tierra los hizo llorar a ellos.

Y también hay uno que llora pero no llora. Llora porque dada su formación de soldado, ama inmensamente su tierra y a sus compatriotas, pero no llora porque su sentido del deber militar incluye llevar consuelo a quienes sufren, consciente además que deben estar en condiciones de rendir la vida si así nuestra patria lo demanda.

Llora porque empatiza con las personas que lo pasan mal, pero no llora porque su mirada debe estar clara para manejar el camión que evacúa las pertenencias y con ello la vida de personas que lo están perdiendo todo.

Llora cuando ve a sus compatriotas llorar, pero no llora cuando, atado a una cuerda que a su vez lo ata a la vida, debe rescatar a un desconocido cuyo nivel socio económico, color de piel, nacionalidad, religión o ideas políticas jamás serán una variable de análisis a la hora de acudir en su ayuda.

Llora porque su familia lo necesita también en ese momento, pero no llora porque sabe que es un ejemplo para sus hijos quienes, desde pequeños, aprenden el valor de ayudar a quienes más lo requieren.

Llora porque al final del día es una persona como cualquier otra que integra nuestra sociedad, pero no llora porque la tristeza de la tragedia se contrapone con el orgullo de ser militar, de pertenecer a una institución que, junto a Carabineros, Bomberos y a otros abnegados servidores, trabajan fieles al compromiso que alguna vez se autoimpusieron, teniendo como testigos a sus camaradas de armas, familias, autoridades y por sobre todo, a su bandera.

En estos días en los que nuestro país llora, los militares salen nuevamente de sus cuarteles, tal como lo han hecho frente a la pandemia, tsunamis, erupciones, temporales, aluviones, incendios y terremotos, sabiendo además, que lo seguirán haciendo por el profundo amor a Chile y a quienes habitamos este país.

 

Fuente de la imagen: Cuenta de X del Ejército de Chile (https://twitter.com/Ejercito_Chile/status/1694453198633701860/photo/2)