Un mes de marzo hace diez años, me retiré del Ejército, después de poco más de 24 años. Mi vida siempre estuvo ligada al Ejército. A los once años ya participaba en la Brigada Premilitar y cuando cumplí 16 ingresé a la Escuela de Suboficiales. Esto sumado a una larga tradición familiar de abuelos, bisabuelos y tatarabuelos militares.
Les puedo contar que cuando uno deja la Institución, se siente inicialmente una satisfacción por empezar algo nuevo, otro desafío, esta vez la vida civil. Los primeros días todo bien y aparte de contestar las llamadas de camaradas, compañeros de curso y amigos, me dediqué a terminar los trabajos postergados en casa y finiquitar cosas administrativas o sea dejar los niveles en cero[1] como decíamos en el Ejército. Con el pasar de los días y ya entrado el invierno, soñaba recurrentemente con el ahora antiguo trabajo, mientras que las actividades en casa quedaban al día y marchando sin novedad.
El invierno vino frío y con poca lluvia. Todo lo contrario de aquel que pasamos el año 1997 con mis compañeros-hermanos del curso de comandos, el que caló nuestros huesos más no nuestra voluntad de obtener la tan valorada y anhelada piocha de comandos, la que nos permitió abrazar esta hermosa especialidad. ¡Cuántos recuerdos, anécdotas y aventuras vividas! Se me hincha el pecho al recordarlos. Hay pocos momentos en la vida que nos dan la oportunidad de conocer realmente a un camarada y a uno mismo. Tal como dijo el Director de la Escuela de Paracaidistas y Fuerzas Especiales de la época “… aquí conocerán de ustedes lo mejor y lo peor…” Qué simples palabras y qué verdaderas resultaron.
El invierno dio paso a la primavera y yo seguía soñando recurrentemente con mi paso por el Ejército por lo que, aprovechando el inicio de un nuevo año, decidí enfocar mi mente en un nuevo desafío: Un pequeño curso en seguridad para actualizar un poco el currículum, el cual resultó muy bien y hasta fácil por los conocimientos en la materia que ya poseía de mi antiguo trabajo. Pero quedé con un gusto a poco y quería aprovechar que de nuevo estaba retomando un régimen de estudio. Además, ¿Por qué quedarme como el montón pudiendo ser un especialista en el tema? Así, me puse otra meta. Esta vez un diplomado, ¿Qué tan difícil podría ser? Había que estudiar, si. Pero ahora en casa sin estresores, con tiempo, sin la presión que acostumbramos en el ejercicio de la profesión militar y sobre todo en las fuerzas especiales.
Qué sorpresa y gusto fue aquel primer día de este nuevo curso, encontrarme con otros militares ex oficiales superiores, ahora alumnos y compañeros de curso. Sin duda contando con ellos y con su amistad, se hizo más llevadero y grato este nuevo obstáculo, el que juntos pasamos con honores no exentos de bromas que muchas veces sólo nosotros, camaradas de armas, entendíamos.
Así llegó otro año más y volví a sentir la necesidad de cumplir una nueva meta. Otro obstáculo al cual hacer frente. ¿Una nueva carrera?, ¿por qué no? Al analizar los pros y contras de comenzar un desafío como este, me respondí a mí mismo ¿qué tan difícil puede ser? He saltado de aviones, pasado hambre, frio, días sin dormir e innumerables situaciones que solo integrantes de unidades de fuerzas especiales tenemos el privilegio de experimentar. Habiendo hecho todo esto de seguro podía pasar detrás de un pupitre, concentrado en aprender nuevas materias; O sea nada. Es así que cinco años después me gradué otra vez con distinción ahora una ingeniería.
Pero como no todo se da como quisiéramos, también ese mismo año tuve que enfrentar la pérdida de mi padre. El fue siempre mi gran apoyo y quien me alentó desde pequeño a la vida militar. Con este trago amargo recordé las pérdidas que había pasado estando en servicio activo en el Ejército: compañeros de curso, instructores y camaradas. Pero ¿saben?, pienso que todos ellos cumplieron su misión aquí, y ahora de seguro deben estar cumpliendo otras, solo que en otra dimensión.
Como les contaba en un principio ya han pasado diez años desde que me retiré y si bien nadie te enseña a enfrentar esta nueva vida y es una constante el extrañar el quehacer militar. Estoy convencido que esa forma de vida me acompañará para siempre, pues ha moldeado mi actitud y forma de enfrentar el día a día, ¿Les pasa a ustedes lo mismo?
Les cuento amigos que ya tengo en mi punto de mira un magíster ¿Por qué no, si puedo ser mejor? Además ya tengo mi fórmula, la que me sirve para sobreponerme a los problemas diarios de la vida, o para enfrentar nuevos desafíos, y esta es “sopesarlos con lo vivido a lo largo de la carrera militar”. Así, los obstáculos parecen ser más fáciles y llevaderos. Se las comparto y espero también esta fórmula les sirva todos quienes conformamos la comunidad de ArmaMente.
[1] Finiquitar trabajos no dejando nada pendiente.
Fuente imagen: https://www.military.com/veteran-jobs/career-advice/military-transition/veterans-different-people-different-experiences.html
Suboficial de Ejército en retiro, Ingeniero en Administración Pública, asesor en seguridad privada, apasionado de la historia de Chile, papá y eterno estudiante.
oparadaze@gmail.com
Que interesante relato Oscar!!
Es un ejemplo como has seguido fijándote metas y superando desafíos, como lo hicimos hace años…
Para el Comandos no existe la palabra imposible.
Te felicito!!
Un fuerte abrazo.
La vida militar puede ser un excelente formador del “segundo tiempo” de tu vida.
Si bien no he tenido la oportunidad de estudiar ahora que ya estoy retirado, sí he podido trabajar ya en tres lugares distintos, y en cada uno de ellos me he dado cuenta el valor que tiene la formación que me entregó el Ejército. Mas que los conocimientos, lo fundamental han sido los valores del orden, diciplina, liderazgo y honor.
Somos en general, un extraordinario Recurso Humano, con una muy buena formación que cualquier organización desearía.