Todos en algún momento de nuestras vidas hemos oído a la mítica banda británica Pink Floyd, nacida por allá a mediados de los sesenta. Un grupo de adolescentes talentosos con formación académica en Cambridge (Roger ‘Syd’ Barrett, Roger Waters y David Gilmour), todos entusiastas guitarristas y que, como muchos, se mudaron a Londres deseosos de descubrir más de este nuevo mundo y expresarse en él.¹
Su arsenal discográfico habla por sí solo. Desde éxitos como “Wish You Were Here” (1975), “Animals” (1977), “A Momentary Lapse of Reason” (1987), entre otros, hasta alcanzar el santo grial que encarna la cima conceptual y técnica del talento artístico de los intelectuales del rock progresivo: “The Dark Side of the Moon” (1973), cuya batería de éxitos arranca con los latidos “Speak to Me”, los pulsos del sintetizador en “On the Run”, la ráfaga mecánica de relojes en “Time” o “The Great Gig in the Sky”, cuya voz gutural de Clare Torry es flanqueada por los acordes de piano de Richard Wright, álbum que le valió posicionarse por más de 950 semanas en las listas del Billboard.
Podríamos continuar con la trayectoria musical de la banda o sencillamente escuchar el sonido espacial y cristalino de “The Dark Side of the Moon” en un cuarto oscuro en formato vinilo, a manos de un excelso Gilmour, Mason o Wright.
A esas alturas, quizás te estés preguntando qué relación puede existir entre Pink Floyd por una parte y la bandera y sus mártires por otra. Sin embargo, la hay.
Fue el 9 de diciembre de 2010 cuando el hijo de David Gilmour, Charlie (35), fue fotografiado mientras se columpiaba de la bandera británica en el monumento de guerra que recuerda a los caídos de la Primera y Segunda Guerra Mundial, en el marco de las protestas estudiantiles por el incremento de las tasas universitarias, acción por la cual fue detenido por la policía y obligado a cumplir una condena de cuatro meses en prisión.²
No es difícil imaginar la vergüenza de sus padres al comprobar tan ignominioso acto en contra de quienes sacrificaron sus vidas por defender a su país y su bandera. Una pregunta surge al instante, ¿Qué impulsa a los individuos a despreciar sus símbolos patrios y lo que ellos representan?
La respuesta a esta interrogante subyace en un amplio abanico de factores. Sin embargo, desde el inicio de nuestra etapa escolar, siempre nos enseñaron la importancia de los emblemas patrios como la bandera, el escudo de armas y el himno nacional, importancia que alcanza su cénit al jurar defenderla hasta rendir la vida si fuese necesario, compromiso voluntario para quienes, siendo adolescentes, abrazamos la profesión de las armas. Para un observador casual parecería insensato tal muestra de sacrificio por algo que en apariencia no tendría ningún valor, no obstante, su trascendencia tiene un alcance mucho mayor: es defender a nuestros ciudadanos, la familia, nuestro suelo.
El más notable acto que sintetiza defender nuestra bandera fue el sublime sacrificio de los 77 jóvenes chilenos en el poblado peruano de La Concepción el cual, liderados por el teniente Ignacio Carrera Pinto, nieto del prócer de la independencia José Miguel Carrera Verdugo, murieron defendiendo el pabellón patrio ante una fuerza de más de mil hombres, compuesta por tropas regulares y montoneras, quienes atacando ferozmente, no dieron tregua a esta pequeña guarnición chilena.³
En definitiva, ejemplos de chilenos que se inmolaron por su país y que nunca se rindieron llenan nuestras páginas de gloria; Prat, O’Higgins, Carrera o el soldado desconocido encontrado en los faldeos del cerro Zigzag en 1998 en la localidad de Chorrillos ‒posiblemente identificado como un soldado del Regimiento Atacama‒ y tantos otros que en forma anónima y en distintas épocas supieron agigantarse y se proyectaron para siempre y sin proponérselo en el libro de la historia, entregando a su patria con dolor, con pena infinita, pero al mismo tiempo sin una vacilación, sin un titubeo, hasta el último latido de sus corazones; hasta el postrer suspiro de sus pechos.
En una de las canciones del álbum The Wall “Hey You”, se desliza una frase que condensa nuestro deber más fundamental: “No te rindas sin dar pelea”. Al final, Pink Floyd tenía razón.
¹https://www.pinkfloyd.com/history/biography.php
²https://www.clarin.com/fama/david_gilmour-pink_floyd_0_SkJrUsc2Pmx.html
³Ethos del Ejército de Chile, 2018 pág 2-10.
Amante de mi familia y de mi país.
“No mido el éxito de un hombre por lo alto que llega, sino por lo alto que rebota cuando toca fondo.” George Patton