12 de Mayo de 2025

OK, READY, SET… ¡GOOOO!

 

Miro el altímetro: 13.000 pies.
Los desconocidos se transforman en amigos, y los amigos en hermanos. Nos deseamos un buen salto entre gritos, sonrisas nerviosas y miradas que delatan incertidumbre, miedo y muchas dudas —especialmente en los primerizos. Se abre la puerta. Solo vemos tierra, muy abajo. La adrenalina comienza a correr con tanta intensidad que, a veces, parece ir más rápido que el propio avión. El viento golpea la cara, y en ese instante, justo ahí… encuentras tu lugar en el mundo.

En este fugaz recorrido llamado vida, buscamos momentos que nos hagan sentir guerreros. Nos ponemos a prueba voluntariamente para sentir la adrenalina, convivir con el riesgo, acariciar las complicaciones del día a día… y, por sobre todo, disfrutar la simpleza de querer ser siempre mejores que ayer.

Es imposible no hablar de un hecho épico que ha marcado mi historia personal. Uno que forja el carácter, blinda el alma y moldea la autodeterminación: mi salto libre número 100. Ese centésimo salto simboliza el compromiso, la disciplina y la pasión por un estilo de vida único.

Para algunos, esto puede no significar nada. Para otros, es un Everest imposible de escalar. Para mí… es mi lugar favorito. Ese punto medio entre la adrenalina y la serenidad. Porque no hay un lugar más hermoso que el cielo. No solo verlo, sino cruzarlo, sentirlo, acariciarlo mientras caes a 200 km/h y te entregas a la fría claridad de la mente. En el aire no hay distracciones: solo tu acción, tu decisión, tu vuelo. Y bajo esas alas de seda llenas de vida, empieza la magia.

Este estilo de vida es un compromiso, no solo con uno mismo, sino con todos aquellos que necesitan ver que sí se puede. Que enfrentarse a las dificultades y superarlas es posible. Que, por muy rápido que estés cayendo, la vida siempre te da una nueva oportunidad. Una forma de volver a empezar, de levantarte, y —por sobre todo— de terminar lo que comenzaste.

Pero ¿Qué hace a estos 100 saltos tan épicos?

Es que representan mucho más que una cifra. Son la visión del deportista, la comprensión del comandante y la acción del soldado. Alcanzar este número sin dedicarme exclusivamente al paracaidismo habla de constancia y determinación. Aprendí a exprimir cada salto, a volar mejor cada día. Aprendí a ser resiliente, a adaptarme a la evolución del deporte y compatibilizarlo con la vida.
Cada salto es único. Cada salto tiene su historia. Y en cada uno, se juega la vida en un 50%. Algunos lo llaman suerte. Yo prefiero llamarlo ese punto exacto entre el conocimiento y la aptitud.

El valor se pone a prueba en cada vuelo. Enfrentamos nuestros miedos, rompemos dudas, y nos transformamos en ejemplo. Porque la zona de confort, esa falsa seguridad, solo nos limita. El confort es enemigo del crecimiento.
La vida es una competencia interna donde cada día hay que salir a ganar. A construirnos con esfuerzo, con coraje y con fe en lo que hacemos. Porque allá arriba, en el cielo, no puedes mentirte.

No puedes engañar al jump master, ni a tu equipo. No puedes saltar con dudas ni dejando las cosas al azar. Volar requiere concentración, fortaleza mental y física, claridad, mentalidad ganadora, serenidad y rapidez para tomar decisiones.
Cada vuelo es una evaluación constante de tu preparación. Y siempre, siempre, alguien te está observando. Por eso demostramos que no somos iguales. Que estamos listos para enfrentar lo difícil. Que el cielo no es solo una metáfora, es nuestro campo de juego, donde la bravura se funde con la humildad.

Y también hay algo más íntimo. Cada salto es una conexión con mi hermano Rene, que ya partió. En el aire revivimos nuestros vuelos, compartimos ese instante eterno. Es nuestro reencuentro simbólico. Él es mi inspiración. Por eso vuelo. Por esos 60 segundos de comunión. Ambos llevamos alas de plata. Y volamos juntos, esperando el verdadero reencuentro.

Este salto número 100 es mi sello como persona, como guerrero, como atleta, como comandante y como hermano. Estas cien experiencias evocan a las Termópilas, a Leónidas y sus espartanos. Son legado de bravura, lucha y determinación. Son la mezcla exacta entre disciplina y pasión.
Son la prueba viva de que no basta con predicar —hay que demostrarlo.

Así que la próxima vez que mires el cielo, no pienses solo en las estrellas, en los cóndores o en una simple brisa. Recuerda que ahí arriba también estamos nosotros —hermanos de la seda— surcando el azul en silencio, buscando una victoria personal, un reencuentro o, simplemente, la verdadera libertad.

Y cuando estés listo, aquí estaremos, esperándote. No queda tan lejos… son solo 13.000 pies de altura para que juntos digamos:

¿READY?
SET…
¡GOOOO!

Un comentario en “OK, READY, SET… ¡GOOOO!

  1. Un saludo a la memoria de su hermano (QEPD) , capitán de fragata (R) René Oryan Salazar, una persona que lideraba con el ejemplo.

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