Que extraña es esta profesión ¿verdad? Con sus idas y venidas, con sus cambios de geografía y destinaciones. Uno jamás pensaría que la profesión que tiene como base la preparación para el combate y virtudes como valor, patriotismo y honor; que con una mirada externa pareciera fría, competitiva y solitaria; es la que finalmente, nos hace sentir más emocionalmente comprometidos.
Por eso siempre me he preguntado: ¿Qué hace que sea tan especial esta profesión?… ¿Será el trabajo arduo?, ¿el compromiso con la patria?, ¿los constantes traslados? En mi opinión, creo que son las personas y el ambiente laboral que generan.
Con esto nuevamente me pregunto ¿Qué hace tan especial a las personas y al ambiente laboral? Estimo que son muchas cosas: el sentirte parte del equipo de trabajo de tu unidad, el sentido de pertenencia que se desarrolla donde llegamos destinados, el grado de compromiso arraigado en nuestros corazones, el afán de esforzarse hasta la última hora del día por eso que creemos tan importante y que sólo nosotros entendemos.
En nuestra vida militar pasamos por muchas unidades, en distintas partes del territorio nacional o incluso fuera de él. En este recorrido, tenemos la oportunidad de conocer a muchas personas, visitar muchos lugares, participar de anécdotas y obtener experiencias.
También, hemos tenido que contener el llanto y dejado salir la risa, pero, sobre todo, hemos creado lazos muy significativos. Lazos con personas con las que jamás habríamos pensado que cruzaríamos una palabra, una mirada o una sonrisa. Lazos con personas de distinta procedencia, edad, religión y gustos; pero lazos tan fuertes, estrechos y especiales, que desde lejos y sin que nos hablen, somos capaces de saber lo que piensan, lo que sienten, lo que necesitan. Incluso podemos adivinar quiénes son, sólo por la forma de caminar, el tono de voz o como gesticulan. Lazos tan fuertes, que logramos formar un equipo unido, afiatado, sincronizado y comprometido con el otro.
Lamentablemente, también nos ocurre, que basta un pestañeo para darnos cuenta que han pasado tres, cuatro y hasta cinco años. Y nos corresponde partir. ¡Salimos destinados y en ocasiones no queremos irnos! Nos vamos del lugar en el que hemos formado estos lazos, hemos formado un equipo y hemos generado el ambiente laboral donde nos sentimos plenos profesional y personalmente. Son sentimientos encontrados, al darnos cuenta que después del pestañeo, no queremos irnos, que nos faltó tanto por hacer, tanto por disfrutar, tanto por vivir. ¿Qué daríamos por un año, unos meses o unos días más?
Mirado desde afuera cualquiera podría decir: “es solo una unidad más, es solo otro trabajo en otra ciudad”, pero nosotros sabemos que no es así. Como también sabemos que ninguna unidad es igual a otra. Incluso si se regresa a la misma unidad en la que uno sirvió anteriormente, ésta no será igual a la primera vez. Creo que la razón sigue siendo la misma, las personas y el ambiente laboral que se crea. Esto hace difícil la salida y sobre todo, hace que uno quiera mantenerse en ella.
Extrañamente, o quizá no tanto, las personas, los lazos y el ambiente que crean son como formar una familia. Una familia que tiene en común sus valores, compromiso, dedicación y la satisfacción de haber dado lo mejor de sí por el bien de la unidad, de la Institución y particularmente esta familia que momentáneamente formamos.
Es así como familias reales que vienen y van de distintos lugares del país, con y sin hijos, con perros o gatos, con distintas realidades, edades, metas y proyectos personales, forman una nueva familia o comunidad. Algunas familias se forman en el proceso, otras no alcanzan a formarse por completo. Pero si es cierto que somos muchos los que llegamos llorando, extrañando nuestra antigua unidad y después del pestañeo nos vamos llorando extrañando al nuevo grupo de personas con el que formamos otra familia. Por eso nuevamente me pregunto: ¿Cómo tantas familias distintas pueden llegar a ser parte de una sola familia?
Creo que, al llegar con miedos, ideas nuevas, experiencias distintas y este sentimiento de tristeza, los que se mantienen, los que ya están en la unidad, nos acogen uno a uno. Nos conquistan el corazón de a poco, como lo hace un jinete a su caballo con un terrón de azúcar. Y al hacerlo, termina en una unión para toda la vida. Es extraño, ¿no? Es extraño que seamos capaces de hacer tanto por otros con los cuales no tenemos lazos de sangre. Sin embargo, si necesitan apoyo, ayuda, un abrazo o una palabra, allí estamos.
Es extraño que lleguemos a ser familia, sin serlo en realidad. Es extraño que seamos capaces de ayudar a los hijos de otros, sin siquiera conocerlos; de dormir menos horas por apoyar y reemplazar en una servicio; de dar una palabra de apoyo cuando alguien flaquea; de apoyar al familiar de un compañero mientras el padre o madre esta desplegado; de ayudar a un subordinado cuando tiene un problema personal, y todo, porque sabemos que pertenecemos a la misma unidad, que se ha convertido en una familia.
Quizá la respuesta está en que esta nueva familia ha sorteado junta el arduo entrenamiento, las tareas difíciles, los trabajos agotadores, las ceremonias eternas, las dianas temprano formando historias y experiencias que jamás olvidaremos. Pero también, hemos disfrutamos risas, poncheras, alegrías, logros y éxitos que jamás pensábamos que tendríamos en un lugar así y con estas personas.
Que extraña es esta profesión ¿verdad? Cualquiera pensaría que estamos locos, cualquiera diría que somos exagerados, sensibles, enfermos o raros al llamarnos familia. Pero yo diría que no, que no somos nada de eso, diría que somos lo que se llama “la familia militar”, y que los lazos que aquí se forjan, no se romperán jamás.
Fuente de la imagen: Cuenta de Instagram del Ejército de Chile (Disponible en https://www.instagram.com/p/CtVEU5cN4Jp/)
Esposa y mamá de dos gatos. Militar. Oriunda de Osorno. Estudiante de Psicología. Feliz de trabajar actualmente en recursos humanos.