La Guerra; ¿Creer o querer?

Me gusta disparar. Disfruto marchar largas distancias y si es al mando de un grupo de soldados tanto mejor. Me apasiona la táctica y la planificación de operaciones en ese nivel.[1] Para qué decir el placer que siento al saltar desde un avión en vuelo con un paracaídas en mi espalda. Tengo interés en los conflictos armados y sobre todo en su forma más clásica: La Guerra.

¿Será entonces que me gusta la guerra?, ¿Será que la deseo?, ¿Será que espero el momento en que suene el clarín para ir a poner en práctica lo que creo saber?, ¿Será que como militar estoy obsesionado con el fenómeno más caótico inventado por el hombre? La respuesta es simple: No… No tengo ganas de enfrentarme a otros seres humanos en un espacio donde esté legitimado el quitarnos la vida. No quiero ser partícipe de la destrucción de espacios diseñados para que se desarrolle la vida o de lugares cargados de historia. En síntesis, no quiero ni me gusta la guerra. Sin embargo, creo firmemente en ella y en las próximas setecientas palabras te cuento por qué.

Primero, creo que la guerra o la amenaza de ella está y estará vigente siempre. Mientras exista el conflicto, la guerra seguirá siendo una forma extrema para solucionarlo. La historia es muy testaruda y consistente para probar esto. Además, pareciese ser que cada vez que una parte dejó de creer en la posibilidad de una guerra, la otra aprovechó el momento para intentar imponer sus términos a través de ella. Por lo tanto, creo que ante determinadas circunstancias, la guerra podría tocar nuestra puerta.

En segundo término, creo en la guerra por que no quiero que tu ni yo perezcamos en ella. Si creemos en la guerra, tenemos que aceptar el hecho que nuestros eventuales enemigos intentarán destruirnos y para ello buscarán todos los mecanismos posibles para lograrlo, mientras nosotros hacemos lo propio. Por lo tanto, debemos prepararnos para enfrentar esta situación a través de un entrenamiento muy riguroso y lo más realista posible. Hay que sacarse la mugre entrenando. Pero eso no basta. Se requiere de una forma de pensar distinta. Debemos tener en mente cómo las diferentes dimensiones del quehacer militar son conducentes a la preparación necesaria para enfrentar una guerra.

Una de estas dimensiones la componen los once valores militares establecidos en la Ordenanza General del Ejército, documento mediante el cual, el Estado de Chile nos dice a los militares vaya y compórtese de esta forma. La disciplina, la lealtad, la subordinación al derecho y el valor por nombrar sólo algunos, no son un fin en sí mismos. Son la condición fundamental que se requiere para que un soldado participe de un conflicto armado y prevalezca en él. Por esto es que hay que practicar nuestros valores y aplicarlos día a día.

Pero creer en la guerra y en la idea de que puedes perder la vida en ella, no solo se manifiesta en un plano valórico. También ocurre con cosas mucho más concretas como el mantenimiento de nuestro armamento, vehículos, etc. La gravedad de mantener el armamento desaseado no pasa únicamente por su eventual deterioro, sino por la falta de entendimiento que un fusil sucio, no funcionará bien cuando más lo necesites y con ello tu vida y la de tu compañero estarán en grave riesgo.

Lo mismo ocurre con tu preparación física. Tener una preparación física óptima es la base que requiere un combatiente para poder desplazarse y operar en el campo de batalla. Por eso entrenamos. Ser fuertes física y psicológicamente son requerimientos fundamentales para enfrentar los desafíos que impone la guerra a los soldados que participan de ella.

Existen varias otras dimensiones en las que se manifiesta la necesidad de pensar distinto; de creer en la guerra. La auto preparación o la necesidad de saber lo que tienes que saber según tu puesto, la capacidad de liderar a aquellos que te han confiado para mandar o la convicción para respetar los derechos fundamentales de las personas son quizás lo más evidente a la hora de justificar el por qué necesitamos creer en la guerra. La lista de requerimientos es larga y debemos estar a la altura.

Finalmente, creo que la principal razón para creer firmemente en la guerra, es justamente porque no la quiero. Esto no es nada nuevo. “Si vis pacem, para bellum” dice el lema que refleja este sentir. Si quieres la paz, prepárate para la guerra. La paz se gana. Cada día que vivimos en paz es el triunfo de nuestra preparación para enfrentar un conflicto armado. Es lo que llamamos disuasión, capacidad a la que los militares contribuimos en combinación con otros elementos del poder nacional. Los militares tenemos cierta idea de lo que puede ser una guerra y es eso mismo lo que nos motiva a prepararnos para evitar vernos involucrados en una.

Como militar no quiero ni me gusta la guerra, pero creo en ella. Por eso me preparo, por eso corro, por eso me gusta disparar mi fusil, marchar, saltar de un avión y pertenecer e idealmente liderar una unidad. El desafío entonces, junto con creer en la guerra, está en prepararnos todos los días para enfrentarla y ser tan buenos en esta preparación, que nunca llame a nuestra puerta.

[1] Existen tres niveles de la conducción militar: El Estratégico, el operacional y el táctico. Este último donde se desarrollan los combates.

Fuente imagen: Cuenta de Instagram del Ejército de Chile (https://www.instagram.com/p/ClhUeD4JCya/)