Todos hemos “probado” los tragos amargos y dulces que ofrece la carrera militar. De hecho, al inicio de nuestra vida profesional lo hacemos literalmente durante la vigilia de armas, previo nuestro juramento a la bandera. Y claro, el quehacer del día a día sumado a nuestras acciones se encargan de darle vida a estas dos partes ineludibles de ser soldado.
Los tragos dulces son múltiples y variados. La satisfacción de una pega bien hecha, graduarte de un curso, ganar la revista de reclutas, asumir el mando de una unidad, ser designado para una comisión en el extranjero o sentir el reconocimiento de tus subordinados, son solo una pequeña muestra de lo que nos puede pasar.
Por otro lado, estar lejos de la familia, una sanción, no ser autorizado o no quedar en un curso, un servicio especial, repetir semana y una guardia en año nuevo suelen ser ejemplo de los tragos amargos por los que todos de una u otra forma pasamos.
Pero hoy quiero hablar de otros tragos amargos. Esos que no todos experimentamos, pero por decisión propia o mejor dicho por omisión propia. Tragos cuya parte más amarga probablemente recae sobre un otro como consecuencia de nuestro análisis, asesoría o responsabilidad de mando. Estos tragos son aquellos a los que nos referimos cuando decimos: “hay que tomarse el trago amargo.”
Tomarse los tragos amargos es parte fundamental tanto de la responsabilidad de mando con subordinados como de la formación con subalternos. Llamar la atención o adoptar una sanción disciplinaria deberían marcar una parte considerable del quehacer profesional, al igual que felicitar o motivar a nuestros subordinados o subalternos. Estas atribuciones que tienen los calificadores o más antiguos (sancionar o reconvenir y felicitar) no son excluyentes entre sí sino todo lo contrario. Son absolutamente complementarias y necesarias para que una unidad militar encuentre el equilibrio propio de los aciertos y desaciertos que cotidiana y naturalmente se dan en cualquier grupo humano.
Pero esta capacidad para tomarse los tragos amargos con subordinados o subalternos requiere obligadamente de un elemento vital para su aplicación; el carácter. Los militares debemos tener el carácter suficiente para llamar la atención o sancionar a un integrante de nuestra unidad cuando, a juicio nuestro, cometan una falta. Obviamente, que la magnitud de la medida debe ir en concordancia con lo estipulado en nuestra reglamentación, tomando en consideración todas las variables disponibles tales como: el comportamiento previo, el dolo o ausencia de él, la gravedad de la falta y sus consecuencias por nombrar algunas.
Así también, debemos tener el carácter para adoptar estas medidas de frente, mirando a la cara y siendo capaz de argumentar claramente los motivos de la decisión. Se debe evitar a toda costa traspasar esta labor a los mandos superiores o decirle a los afectados que es una “disposición del mando”, eludiendo así la parte difícil de este tipo de acciones. En este sentido, la doctrina institucional, particularmente la valórica, constituye el mejor sustento para llevar a cabo esta difícil pero necesaria tarea.
Demás está recordar la relevancia que tiene el carácter para los militares, particularmente para los oficiales, tal como lo establece el Capítulo I del Reglamento de Disciplina para las Fuerzas Armadas. Esto adquiere mayor fuerza para quienes tienen atribuciones disciplinarias.
Ahora bien, si tomamos como punto de partida la aplicación de una sanción, fruto del carácter y del apego a la normativa vigente de un calificador, se produce una serie de efectos que terminan por crear un círculo virtuoso con buena parte de los valores y virtudes que caracterizan la profesión militar, y que se describen en el texto matriz de la doctrina valórica[1]. Estos efectos se pueden resumir más o menos de esta forma:
- Desde un punto de vista práctico, el afectado se ve en la obligación de enmendar el rumbo que lo llevó a cometer la falta. Así también, se sienta un precedente objetivo para futuras decisiones.
- Con una mirada más abstracta, tanto quien sanciona como quien acata la medida dan forma al valor “cumplimiento del deber militar”.
- Se fortalece la disciplina, otro de los valores que forman parte esencial de nuestra profesión.
- Finalmente, el ejercicio de la acción disciplinaria busca dar vida a la justicia. Con la sanción no sólo se es justo con quien comete la falta, sino que, además, se es justo con aquellos que tienen buen comportamiento.
En síntesis, es fundamental que comandantes y más antiguos nos tomemos los tragos amargos con quienes corresponda. Esto puede realizarse mediante una sanción disciplinaria, un informe o las distintas herramientas que entrega la Institución, siempre tomando como guía la doctrina valórica para actuar de forma justa y usando el carácter que debe tener todo militar, para así dar vida a los valores y virtudes que hemos decidido abrazar, junto a nuestra profesión militar.
[1] Ordenanza General del Ejército (documento disponible en https://www.resdal.org/caeef-resdal/assets/chile—decreto_ejercito.pdf)
Fuente de la imagen: Página web “Los valores” (disponible en https://losvalores.org/que-es-la-justicia/)
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El trago amargo que se ha ido perdiendo cuando se mal entiende la amistad profesional. Artículo para reflexionar.