14 de Octubre de 2025

La sociedad de los soldados muertos

 

En la década pasada, un grupo de oficiales subalternos de distintas armas y generaciones —pero unidos por la más extrema y exigente de las especialidades secundarias del Ejército: los Comandos— decidió reunirse a “compartir”. Lo que comenzó con conversaciones mundanas, pronto derivó en debates cada vez más profundos. Los hermanos de armas, y de la seda, pasaron de hablar de operaciones especiales a discutir filosofía, y de ahí a preguntarse:

¿Cómo cambiar la cultura hacia una que fomente el pensamiento crítico y creativo? ¿Cómo contagiar a las nuevas generaciones para que pierdan el miedo a escribir, y con ello aprendan a usar las taxonomías superiores del pensamiento humano? ¿Cómo romper paradigmas, derribar barreras y construir una nueva forma de hacer las cosas? Pensaban en un crecimiento profesional e intelectual, pensaban en un salto cualitativo, pensaban en fortalecer el músculo más importante del activo más importante del Ejército el intelecto, en el fondo soñaban con una organización que debía dejar atrás el amateurismo.

La conversación, derivó en estoicismo, filosofía y literatura, y como en la tonada de “El enganche de los poetas” de Los Cuatro Cuartos, se inspiraron como “el gran Nicasio García y al Tuerto Casas Cordero, quienes recitaron al cielo cuando entregaron la vida”… Fue entonces cuando este grupo de atípicos, decidió fundar la sociedad de los soldados muertos”.

Cuando las primeras luces del alba reemplazaron la luna menguante, el hielo se rendía y no quedaba líquido con menos de cinco grados de alcohol. Así, entre risas, versos y reflexiones, nació una hermandad que pronto mutó a un grupo en redes sociales, donde se sumaron otros camaradas deseosos de participar. Allí compartieron ideas tabú, aconsejaron sin filtros y debatieron sin jerarquías. El grupo creció, no solo en número, sino en profundidad, en ideas y en esperanza.

A poco andar, el chat quedó estrecho para la magnitud del propósito. La sociedad se reunió otra vez, trabajando en equipo en un ambiente donde la jerarquía ni siquiera aseguraba el puesto en la mesa. Sin embargo, esta vez con una idea clara: crear un espacio de reflexión y conversación; un refugio para quienes no se sienten seguros; un hogar para las ideas de quienes las tienen, y un estímulo para despertar las de quienes aún no las descubren.

Surgió entonces una nueva pregunta: ¿Cómo vincular lo militar con lo intelectual? ¿Cómo articular las armas con la mente? De esa inquietud nació ArmaMente.

El siguiente paso era darle forma. Las opciones eran muchas, pero un “tuerca” del grupo —aquel en quien la ciencia y la tecnología pesaban más que las humanidades— tardó apenas minutos en diseñar una página web, un blog donde pudiéramos compartir, sin temor, las ideas con las que queríamos transformar el mundo.

La imagen corporativa vino después: una fusión entre el Pensador de Rodin y el espíritu espartano, símbolo del guerrero que reflexiona y usa su mente como su músculo principal. Con esa ilusión altruista —sin ánimo de lucro, solo de aportar— publicamos los primeros artículos e invitamos a los primeros autores.

El despegue fue como el de SpaceX: rápido, alto y sin mirar atrás. El éxito fue tan inesperado como los accidentes que vinieron después, pero de ellos nacieron aprendizajes y cicatrices que fortalecieron a la sociedad. Como diría uno de los “soldados muertos”: desde allí, la historia comenzó a contarse sola.

Hoy, cientos nos leen y ahora también nos escuchan. Cientos han vencido el miedo y se han convertido en ArmaMentistas. Pero a la sociedad de los soldados muertos, le llegó su hora, y empezó a recitar: ¡O Captain, my Captain!, el poema de Walt Whitman, con que los alumnos del profesor John Keating honraban su pérdida, su liderazgo y el dolor, y que inspiró el nombre de esta sociedad.

Sus filas han sido diezmadas, pero jamás derrotadas. Mantienen intacto el honor de siempre, el estoicismo de aceptar lo que no se puede cambiar y la integridad de hacer lo correcto, incluso cuando nadie está mirando. Porque “una vez soldado, siempre soldado”.

Desde la banca de la Plaza de Armas —con la serenidad del deber cumplido— observan ahora el cumplimiento de la “Ley del Legado”, la número 21 de las “21 leyes irrefutables del liderazgo” de John Maxwell, que enseña que un líder verdadero deja una huella duradera cuando aquellos a quienes formó son capaces de continuar sin él.

Hoy, las publicaciones siguen. Y esperamos que alguno de ustedes, ArmaMentistas, asuma el legado y continúe el desarrollo de esta sociedad de soldados y poetas muertos… de aquellos que se rehúsan a morir.

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Fernando Silva Ramírez

Amante de mi familia, estoico en formación y convencido de cambiar el mundo formando mejores lideres en las nuevas generaciones.

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