Pienso en el contenido de esta columna mientras represento a la Marina en uno de los eventos más esperados de Valparaíso, el desfile de los colegios en conmemoración del Combate Naval de Iquique y Punta Gruesa. Es una ceremonia que dura todo el día, donde los colegios e institutos se unen para homenajear a Prat y sus camaradas. Mientras imagino estas palabras, observo a alumnos y exalumnos que desfilan con sus bandas de guerra rindiendo tributo a uno de los héroes más grandes de Chile. Inspira ver como Prat trasciende a la Armada para seguir siendo reconocido por la sociedad.
Para los marinos, el 21 de mayo es un hito cardinal que sigue modelando el actuar institucional hasta hoy; en la Armada, prácticamente todo gira en torno al héroe. No solo en formas -Buque Escuela “Esmeralda”, Escuela Naval “Arturo Prat”- sino también en el fondo, al hacer la vida y conducta de Prat como el modelo a seguir.
Reconozco que, durante años, me cuestioné qué tan realista era tener como referencia a una persona situada -con fundamentos- en un pedestal tan alto que parecía imposible de alcanzar. Esto me obligó a estudiarlo y, con el tiempo, reconocer aspectos menos conocidos del héroe que, desde mi punto de vista, nos acercan más a su vida. Prat no fue perfecto, pero siempre actuó por un bien superior: cuando sintió que debía perfeccionarse, estudió leyes, en una época donde quizá no era bien visto ser académico; cuando sintió que debía entregarle más a la sociedad, impartió clases gratuitas en un colegio; se preocupó hasta el final de sus hombres “¿ha arranchado la gente?”; cuidó de sus amigos contra toda consecuencia, como defender legalmente a Luis Uribe por desobediencia; y no dudó en entregarle responsabilidades importantes a sus subordinados “mis oficiales sabrán cumplir con su deber”. Pareciera ser que Prat actuó siempre iluminado por el “deber ser” aunque muchas veces fuese contra la adversidad: “El volantín que vuela más alto es aquel que vuela contra el viento” nos recordaba Churchill.
Con estas reflexiones hoy, con treinta años de carrera, miro hacia atrás y mi carrera ha tenido éxitos, pero también importantes fracasos, tanto personales como profesionales; nada más alejado de la figura del héroe. Estos fracasos, sin embargo, han tenido una repercusión importante en mi vida, no sin dolor, por supuesto. Cada uno ha significado un crecimiento. Respecto al fracaso, muchas veces mal visto, recuerdo haber leído un artículo donde se relataba una historia en la que dos fragatas, una de la armada norteamericana y la otra del Reino Unido, colisionaban en un ejercicio combinado complejo. Como resultado, mientras que el capitán americano era destituido, el británico era ligeramente reprendido luego de haber sido consultado por su almirante si había aprendido la lección. ¿Se imaginan una cultura institucional donde no se permitiese el error? El almirante Nimitz[1], quien jugó un rol clave en la Segunda Guerra Mundial, se tendría que haber retirado de teniente luego de varar su buque; mientras que Lord Cochrane jamás hubiese pasado de capitán; y yo, probablemente no estaría escribiendo estas líneas.
Por supuesto que hay distintos tipos de errores; en un extremo encontramos aquellos por negligencia y en el otro aquellos por inexperiencia. Mientras que el origen de los primeros es normalmente la desidia, el segundo caso va normalmente asociado a procesos de aprendizaje. Y esto último es importante, puesto que las personas normales, como la gran mayoría de nosotros, aprendemos de nuestros errores. En definitiva, la experiencia de cometer un error para luego sobreponerse nos hace mejores personas y profesionales, con consecuencias generalmente positivas para el servicio. Mirado ahora desde el punto de vista del mando, aprendí que hay que estar dispuesto a tolerar aquel error por inexperiencia, corrigiendo, por supuesto, pero buscando el crecimiento profesional del afectado.
Asimilar que uno se equivocó no es fácil puesto que requiere de una buena dosis de humildad. Reconocerlo suena fácil, pero no lo es, sobre todo en un sistema competitivo; esa internalización requiere de tiempo. Recuerdo cuando en una reunión con los oficiales de mi repartición, un excomandante en Jefe institucional nos invitaba a guardar minutos del día a “meditar”. En ese minuto encontré un poco esotérico su consejo; hoy entiendo que nos llamaba a reflexionar, y ¡hay que ver que cuesta! La reflexión me permitió asimilar las experiencias vividas, los errores cometidos, las lecciones identificadas y de esa forma aplicarlas en forma consistente. En lo personal, me ha ayudado (generalmente) a no cometer dos veces el mismo traspié.
Quizá otra cosa que me sirvió fue intentar aprender de los errores ajenos. En mi carrera no fueron pocas las oportunidades en que leyendo, encontré experiencias que podía ser aplicadas a mi trabajo. Leer se convirtió en un pasatiempo útil y entretenido. Con el tiempo comprendí que muchas veces hay algo de vergüenza en reconocer que a uno le gusta leer sobre temas profesionales ¡no vaya uno a ser catalogado como intelectual en un mundo operativo!, pero lo cierto es que mientras mayor sea nuestra preparación intelectual, más oportunidades de éxito (o sobrevivencia) le daremos a nuestros subordinados en caso de tener que liderarlos en conflictos o situaciones de apremio. Aprender de los errores del resto y estudiarlos se transforma entonces en nuestro deber.
Regresando a Prat, intuyo que probablemente no era perfecto, y que se debe haber equivocado más de un par de veces. Sin embargo, siempre fue un hombre virtuoso, y estoy convencido que ese es el modelo para seguir. Mi interpretación de Prat hoy, luego de haber leído varias biografías y artículos, es que una de sus principales fortalezas fue su prudencia, probablemente adquirida de una serie de errores, estudios y experiencias personales. Prudencia no como sinónimo de cautela, sino de sensatez y buen juicio al intentar actuar correctamente en cada situación, incluso en su abordaje a la gloria. Quizás es esa humanidad la mayor virtud del héroe, que lo ha llevado a ser reconocido por cada uno de los estudiantes que hoy desfilan frente al monumento y, comentario aparte, reconozco que desfilan bastante bien.
Capitán de Navío Christopher Green Vaccarezza
[1] Chester Nimitz fue un Almirante norteamericano durante la Segunda Guerra Mundial que, junto con el General de Ejército Douglas MacArthur, fueron lo que hoy denominaríamos comandantes conjuntos del teatro del Pacífico, derrotando a las fuerzas japonesas.
Fuente de la imagen: Página web de la Escuela Naval Arturo Pratt.
Hoy inspirada en la fecha que estamos viviendo hoy la epopeya del 21 de Mayo de 1879., reconocida mundialmente por el heroísmo del Comandante Arturo Prat Chacon:
¡ SUBLIME EPOPEYA EL COMBATE NAVAL DE IQUIQUE !
¿POR QUÉ SER VOLUNTARIA PARA DESFILAR A LOS 69 AÑOS LUEGO DE REALIZARLO DURANTE 30 AÑOS CONSECUTIVOS?. LO HARÍA “CUANTAS VECES SEA POSIBLE” PARA HOMENAJEAR NUESTROS HÉROES QUE CUMPLIERON SU DEBER CON LA PATRIA.
Como “hija naval” y mujer militar heredera de tradiciones militares nacionales y europeas, aprendí el hondo significado de desfilar, es un acto de honor cuyo propósito ceremonial es rendir honores y conmemorar esta Sublime Epopeya de hace 146 años atrás.
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