En cualquier organización que implique la interacción humana, existe la tendencia en reparar en los logros del prójimo o relativizar su importancia. El propósito de este artículo es analizar un fenómeno muy común y poco debatido que tiene que ver con cierta resistencia a creer en las capacidades profesionales o mérito de nuestros pares cuando éstos alcanzan el éxito en sus diferentes dimensiones.
En nuestra cultura militar a veces somos reticentes a creer que cualquier selección, nombramiento o designación ya sea una comisión de servicio, destinación, curso u otra “ganada” no son por esfuerzo, dedicación y talento, sino que son debidos a influencias externas. Parece que en ocasiones nos incomoda, nos produce escozor, surgen cuestionamientos e incluso podríamos considerarlo injusto. Pero ¿es ese realmente el problema?
Para encontrar la respuesta debemos convenir en la inclinación natural de los seres humanos a compararnos los unos con los otros. Si bien esto no tiene nada de malo, se transforma en un problema cuando en ese mismo proceso brota la envidia y el resentimiento por el bien y éxito ajenos.
¿Somos seres envidiosos? ¿Nos cuesta reconocer objetivamente el éxito de otros? ¿Me avergüenza admitir que soy un ser envidioso? ¿Disfruto del fracaso ajeno? ¿Reconozco la envidia en el servicio diario?
Para aclarar estas interrogantes utilizaré como marco teórico el tratado más completo que existe sobre la envidia. Este pertenece al sociólogo austriaco Helmut Schoeck (Graz, 1922-1993), en su monumental obra La Envidia y la Sociedad (1968).
En simple, Schoeck plantea que la envidia es un comportamiento social que posee un efecto paralizante y autodestructivo que busca destruir el valor de otros sin siquiera querer beneficiarse. Es decir, que ni él (el envidioso) ni el objeto de envidia puedan poseer ese valor. Veamos lo que el propio Schoeck nos dice:
«Quisiera ver al otro robado, despojado, expoliado, humillado, lastimado, pero casi nunca se imagina las cosas a modo de traspaso en beneficio propio de los bienes de otros». Tal como lo plantea Schoeck, el envidioso químicamente puro no es ladrón ni estafador, solo desea que el otro pierda su estima, su habilidad, su buena presencia o su virtud. Y eso es todo.
¿Alguien se siente identificado? Es probable que hayamos sonreído mefistofélicamente[1] en más de una ocasión respecto del fracaso ajeno cuando nos enteramos de que a nuestra némesis[2] lo bajaron del avión, tuvo que hacer una guardia un 31 de diciembre, lo destinaron o le hicieron un cambio de desempeño. Pero permítame entregarle más argumentos mientras nos sumergimos en las capas más profundas de este estadio primitivo en palabras de su propio autor respecto del gozo del mal ajeno. Esto lo reafirma Nietzsche en su obra “El Caminante y su Sombra”, también citado por Schoeck y nos dice: :
«El gozo del mal ajeno surge, en consecuencia, del hecho de que uno se encuentra peor en algún aspecto del que es plenamente consciente, de que tiene preocupación, envidia o dolor y el mal que le acontece a otro le hace igual a él, con lo que se aquieta su envidia. Si se encuentra bien, entonces acumula en su conciencia la desgracia del prójimo como un capital, para emplearlo como remedio cuando a él le acontezca la misma desgracia».
¿Les suena familiar? Si aún no convenzo, analicemos otra afilada arista de la envidia. Piensa en un acto altruista, desinteresado y sin esperar nada a cambio, como extender tu mano al envidioso. En este punto, es preciso señalar que la envidia es un sentimiento oculto, enmascarado, que no es visible a simple vista. Prosigamos con Schoeck:
«Cuanto más se intenta quitar al envidioso, por medio de regalos, favores o atenciones, el supuesto motivo de su envidia, tanto más se le demuestra la superioridad que se tiene sobre él, cuán poco echamos de menos lo que le damos. Si nos despojáramos de todas nuestras riquezas, no haríamos sino avergonzarle por la bondad demostrada y entonces su envidia se dirigiría no ya a las posesiones, sino a las cualidades personales».
O sea, aunque el envidioso haya alcanzado cierta igualdad material con el objeto de su envidia, su mirada se dirige a la persona misma, es decir, lo que representas como valor y lo que posees como don. Schoeck remata finalmente en este punto:
«Aun cuando se le diera al envidioso tanto que pudiera situarse al mismo nivel, esta igualdad artificialmente creada no le proporcionaría ni un adarme de felicidad: en primer lugar, porque seguiría envidiando su carácter del donador, y en segundo, porque incluso en la fase de la igualdad, la mera presencia del bienhechor mantendría vivo el recuerdo de su antigua superioridad».
Como hemos señalado, la envidia es un comportamiento social porque requiere de terceros para que el envidioso pueda sentir envidia con los que, en la práctica, no puede entablar relaciones sociales. Quizá lo hemos experimentado cuando, por ejemplo, se presenta en la unidad un compañero recién graduado de un curso que se caracteriza por su alta tasa de bajas, exigencia física o que demande una alta exigencia académica. El envidioso en lugar de confraternizar, observará desde lejos. Al respecto, Schoeck sostiene:
«El acto del amor, los sentimientos amistosos, la admiración, todas estas actitudes frente a otras personas cuentan con una respuesta, un reconocimiento, esperan un vínculo de unión. Nada de esto ocurre con el envidioso. Éste no quiere -salvo casos excepcionales- ser reconocido como tal por el envidiado, no quiere establecer contacto con él. El envidioso no espera en respuesta un sentimiento recíproco. No quiere una contraenvidia, una envidia recíproca».
Como hemos visto, el fenómeno en cuestión -y sus distintas variantes- pareciera estar inscrito en el ADN humano y del cual se discute poco ya que tal vez nos avergonzamos en reconocer que en el rincón más recóndito de nuestro ser hemos sentido envidia por el prójimo. Lejos de sentirnos abatidos por el triunfo de nuestro vecino, debemos aplaudirlo por su logro y de paso pedirle la receta para replicar su éxito.
Al concluir, si es efectivo que la pulsión de la envidia nos lleva a la creencia errónea de poner en tela de juicio el mérito, talento y virtuosismo de quienes se arriesgan a emprender un desafío profesional tanto para su crecimiento personal como en beneficio de la Institución, deberíamos tomar nota de Schoeck en lo tocante a la envidia y sus consecuencias.
[1] Perteneciente o relativo a Mefistófeles, personaje de la leyenda de Fausto popularizada por Goethe y que supone una actitud diabólica o perversa (Fuente: RAE. Disponible en https://dle.rae.es/mefistofélico)
[2] Persona enfrentada a otra o enemiga acérrima suya. (Fuente: RAE. Disponible en https://dle.rae.es/nemesis
Amante de mi familia y de mi país.
“No mido el éxito de un hombre por lo alto que llega, sino por lo alto que rebota cuando toca fondo.” George Patton
La envidia, el origen de todos los males de la sociedad. Muy buen articulo
Excelente artículo. Muy en línea con lo planteado por el autor, es complejo que alguien que espere liderar [de verdad], no supere ese rasgo tan negativo que ha sido muy bien descrito en este artículo: la envidia. Una de los principales objetivos —si no el más importante para cualquier líder— debiese ser su permanente preocupación por el éxito de sus liderados.
Felicidades al escritor.
Efectivamente la envidia es un mal, un mal que incluso hace que las personas terminen con amistades o liquiden a sus pares y menos antiguos.
Siempre he pensado que en nuestra carrera hay espacio y oportunidades para que todos brillemos, por lo cual, la envidia aparece como un factor muy negativo, que no debiese cuadrar en el esquema, ya que lo que hace es desnudar el poco contenido espiritual de las personas.
Muy buen artículo, la envidia en un sentimiento negativo en todo sentido, muchas veces algunos líderes sienten envidia de sus propios subordinados, eso se debe a la inseguridad, baja autoestima y pocas condiciones para estar en una posición de liderazgo. El líder tiene que potenciar las cualidades de su gente y minimizar sus defectos, el éxito de cualquier subordinado es el éxito de la organización y en ese sentido se potencian todos. El ejercicio del liderazgo tiene que estar totalmente ajeno a cualquier sentimiento de vanidad o envidia, estos defectos lo único que hacen es desvirtuar la importante acción e influencia que tiene sobre su tropa un comandante y al mismo tiempo va a dificultar el desarrollo de las personas para el logro de los objetivos de la organización